Era viernes 30 de mayo y el sol se desperezaba sobre Cali con una pereza engañosa. A la 1:30 p. m., cuando empezaban las audiciones del FIURA, el ambiente ya estaba caliente. Y no solo por el clima. El calor humano, ese sudor colectivo que se pega a las paredes como testimonio del esfuerzo, ya empezaba a impregnar cada rincón del Centro Cultural de Cali. Era como si el aire estuviera saturado de ansias, de guitarras aún no tocadas, de gargantas esperando liberar gritos de identidad. Ese sudor no era solo corporal: era la condensación del arte emergente en su estado más crudo.
El cambio de sede de la ya mítica Univalle trajo sus propios retos. No era solo mover equipos o replantear logística; era también una traslación simbólica. De un espacio que históricamente ha albergado la resistencia creativa, a uno que todavía está buscando la complicidad del público alternativo. Y, sin embargo, se logró. No sin tensiones, claro, pero con una dignidad que solo otorgan la autogestión, el amor por la música y el deseo de seguir construyendo un festival que ha evolucionado con su gente. Porque la identidad del FIURA ha mutado. Hoy hay espacio para el hip hop, el rap, el género urbano y el tropical alternativo. Y, en esa apertura, se siente el pulso de una ciudad que se rehace constantemente. Que no teme mirarse al espejo y reconocer su propio cambio.
Las audiciones, que se llevaron a cabo en el cierre de mayo, fueron un testimonio sonoro de esa diversidad. Cada banda, por más pequeña o joven, sonaba potente, con un sonido impecable. En medio de ese crisol sonoro, varios artistas deslumbraron talento: voces nuevas en el festival como Limón Feriado, Poeta Maldito y Mente Ausente; y voces ya resonantes en LADO B como Colérica, JuanVar, Vinilo Pintao’, Sofía Serpiente, Últimos Nietos y Rap de Oro; ellos abrazaron su esencia y brillaron en la tarima a un solo pulmón con el público.
Y si hubo una presencia que brilló (silenciosa, pero determinante) fue la de Cirujana del Color. Esta artista visual, la única responsable del arte, de los visuales y de los elementos performáticos que adornaron el espacio general. Creó tal atmósfera para el evento, que, en conjunto con la propuesta de arte de cada una de las bandas en los escenarios, logró que todo fuese más que un acto musical: una experiencia sensorial.
Salir del Centro Cultural al caer la tarde era como salir de otro mundo. Un mundo donde el sudor se celebra, donde la música es vehículo de identidad, y donde la autogestión no es un recurso desesperado sino una bandera orgullosa. Lo que se vivió el 30 y 31 de mayo no fueron simples audiciones: fue un recordatorio de que el futuro del arte alternativo se sigue escribiendo, sudando, gritando desde Cali.
Fotografías por: Deibis Ardila